Poder, tecnología y democracia

Para nuestra cultura, la tecnología y sus productos constituyen una forma de instrumento de protección sagrado desde donde nos permitimos movilizar poderes constructivos y utilitarios. Facilitadores del quehacer, del emprendimiento y la indagación humana. Pero en demasiadas ocasiones, con un potencial destructivo apocalíptico. Solo tenemos que ver como hemos contaminado nuestro mundo con plásticos y radiaciones, con productos químicos, sustancias tóxicas y desechos industriales.

Desde ese espacio o instrumental de seguridad tecnológica nos arrogamos el poder de los dioses y perpetramos experimentos que la propia naturaleza no realiza: como la ingeniería genética y la fisión nuclear, el desarrollo de armamentos biológicos y químicos, la inteligencia artificial (IA) y un largo etcétera. Al igual que el doctor Frankenstein, hemos creado monstruos y con frecuencia perdemos el control de las fuerzas que hemos creado, como sucedió en Chernóbil el 26 de abril de 1986.

Ciertamente ha sido un proceso cuántico, de productividad exponencial (Ley de Moore), que nos asoma con gran preocupación, en términos de beneficios sociales y humanos, a un crecimiento decreciente globalmente insostenible. De esta forma podríamos pasar de ser creadores de nuestra realidad, para convertirnos, todos en víctimas.

En una entrevista del 23 de abril pasado que le hiciera The Telegraph al historiador Yuval Noah Harari afirmaba respecto a la Inteligencia Artificial (IA) que, por primera vez hemos inventado algo que quita poder de los seres humanos, mientras compartía su temor sobre nuestra supervivencia misma. Pues afirmaba que la IA es la primera tecnología capaz de crear historias, relatos, «necesitamos entender que la IA es la primera tecnología en la historia que puede tomar decisiones por sí misma. Incluyendo sobre su propio uso. También puede tomar decisiones sobre usted y yo. No estamos prediciendo el futuro. Esto ya está sucediendo.»

Es cierto, pero vamos un poco más lejos. La historia pone en evidencia que la tecnología amplía la fuerza y el alcance de nuestra capacidad ejecutora con altos niveles de efectividad y eficiencia. Es un brazo ejecutor excelente. Pero no necesariamente amplía ni profundiza la sabiduría con que la utilizamos. De esta forma nos engañamos a nosotros mismos al pensar que disfrutamos de una mayor libertad cuando, de hecho, lo que hacemos es someternos voluntariamente a un dominio en continuo aumento. En una situación de creciente indefensión, nos ponemos a merced de sistemas cada vez más autónomos.

De esta forma deviene una paulatina y profunda dependencia de la tecnología, siendo entonces el ser humano, cada vez más impotente. Es decir, renunciamos cada vez más al poder. Cedemos cada vez más responsabilidad. Sobran evidencias, una ciudad moderna está menos preparada para enfrentarse a una tormenta de nieve inesperada de lo que estaban San Petersburgo o Berlín en el siglo XVIII.

Es un hecho comprobado que un fallo técnico o un virus en una computadora puede provocar estragos en las vidas de las personas y puede incluso hacer tambalear bancos y multinacionales o incluso situarnos al borde de un conflicto nuclear. Ya ha habido serias advertencias en relación con el terrorismo informático.

Hemos entrado en un proceso que nos hace cada vez más extraños y ajenos a la realidad que nos envuelve. Por eso Harari advierte, refiriéndose a la Inteligencia Artificial «esta es la primera tecnología en la historia capaz de crear historias». Siendo esto «una amenaza para las democracias, más que para los regímenes autoritarios, porque las democracias dependen de la conversación pública… gente hablando entre sí… Si la IA se hace cargo de la conversación, la democracia ha terminado.»

Entienda el lector, nos hemos vuelto seres sobreprotegidos, estamos menos dispuestos y menos preparados a aceptar la responsabilidad de nuestra propia existencia. No dejamos de culpar a los demás y de acudir a los tribunales cuando las vicisitudes de la vida llegan para incomodar nuestra mullida existencia.

Sólo una sociedad basada en la responsabilidad salvará el estado de derecho que hemos alcanzado. Porque occidente, como diría Fernando Mires, como proyecto histórico y político, no sólo geográfico, que surge de las discrepancias, es capaz de cometer y aceptar errores, de reconocer equívocos y corregirlos.

Y en estos momentos de la civilización humana, es esa capacidad de reconocer los errores, de asumir la responsabilidad e iniciar con urgencia las regulaciones que nos podrían librar o al menos intentar administrar con sabiduría los Frankenstein que estamos creando.

Es un hecho comprobado que un fallo técnico o un virus en una computadora puede provocar estragos en las vidas de las personas y puede incluso hacer tambalear bancos y multinacionales o incluso situarnos al borde de un conflicto nuclear. Ya ha habido serias advertencias en relación con el terrorismo informático.